
Vamos creando nuestro ego con paciencia y laboriosidad: este recuerdo aquí, aquella creencia allá, este sentido común por acá, la imagen que quiero dar (que no desentone con mi entorno, por favor) ahí…y poco a poco nos va ganando terreno, se va adueñando de nuestro yo, desbanca a aquel que un@ es, nos vamos identificando con él, sutilmente, a fuego lento, hasta que, “ale hop”, somos el ego.
Ni siquiera podemos ver, creer, saber, discernir, vislumbrar, sospechar que estamos tan identificad@s que nos hemos convertido en el ego que hemos ido fabricando.
Y,claro, tiene un poder descomunal. O sea, todo.
Y hacemos lo que hacemos, reaccionamos como reaccionamos, vivimos como vivimos siguiendo los dictados del ego.
Sobre todo, sin pararnos a mirarlo, a observarlo con detenimiento, a descubrir que “allá va él “, pero yo, ¿tengo que ir también? Si él cree que se muere, ¿es que me muero yo? ¿Quién, que observa el ego? ¿De verdad yo soy lo que yo creo que son mis recuerdos? ¿O mis ideas? ¿O mi imagen aparentemente inquebrantable?
Somos tan esclavos del ego que ni tan solo somos conscientes de lo que somos: nos defendemos y atacamos en nombre de él, moriríamos por él. Un ego incapaz de crear, verdaderamente. Que entra en pánico cuando un ciclo de nuestra vida acaba pensando que va a morir y que nos arrastra en su delirio.
Pero, otra vida es posible. Y, cuando me miro, cuando lo miro, puedo descubrirme, puedo intuirme.
¿Quién, qué hay más allá (o más acá) del ego?
Un apasionante espacio a descubrir.