
Vivimos much@s human@s sin la conciencia clara que nos permita ver que estamos día a día en guerra con nosotr@s mism@s, con l@s otr@s, con el mundo, con la vida. Y nos parece tan normal.
Nos han adoctrinado -y adoctrinamos nosotr@s- en la creencia de que hay que ser fuertes, invulnerables, independientes, bien independientes, capaces (de todo), indestructibles, autosuficientes (faltaría más), inasequibles al desaliento, solos contra todo y contra tod@s.
Allá en el fondo, aislados, asustados, vulnerables, incapaces (de muchas cosas, por qué no?) desorientados, extraviados, tiern@s, amoros@s.
Pero, que no se entere nadie, no vayan a creer que soy débil, que no puedo con la vida.
Y si hace falta haré cursos de lo que sea, pediré ayuda del tipo que sea…para ser más fuerte aún , más invulnerable aún, más autosuficiente si cabe.
Hasta tal extremo llevamos esto (sin consciencia, por supuesto) que en el éxtasis de nuestra obstinación nos negamos, incluso, a que nos cuiden (aunque proclamemos a los cuatro vientos que nos encantaría que nos cuidasen).
Es más, puede ser que si alguien pretende cuidarnos, a lo peor, confusos y asustados, nos liemos a dar coces por si acaso eso funciona y nos volvemos tibi@s, dependientes, frágiles, tiern@s, heribles.
Y volvemos a nuestra dureza cotidiana convencid@s de que el mundo es malo, de que no te puedes fiar de nadie, de que si te dejas caer te humillan, te golpean, te dañan.
Aunque yo sí, yo sería de otra manera pero es que no se lo merecen, es que -ya lo he dicho- no te puedes fiar…
Y por los andurriales más íntimos cae una lágrima de añoranza. Y, desde esta perspectiva, puedes ver cómo tod@s, sin embargo, andamos ahítos de que nos abracen y nos mimen para dejarnos caer como aquel niñ@ desvalido que aún somos en algun recóndito lugar. Aunque nunca lo vaya a reconocer…y aún menos lo voy a dejar salir.