Que nos dicen quiénes somos, cómo somos, cómo es el mundo, la vida -nuestra vida-, nuestro potencial y nuestras capacidades. 
Quién es el otr@ y cómo es, a qué se puede atrever y a qué no, qué relación tiene conmigo y hasta qué piensa.
Cómo es cada miembro de mi familia y mi familia en general. 
Qué me gusta, adónde tengo que ir y con quién…
Historias, historias, historias sin fin. 
Que nos acotan, definen y determinan. 
Tanto como para establecer con rotundidad nuestra visión de lo que es posible y lo que no. 
Historias que, a lo mejor, podemos cuestionar radicalmente. O, simplemente, poner en duda. O, quizás, revisar. O, por qué no, transformar. 
Y es que nuestras historias tienen una gran virtud: no están acabadas mientras nuestra vida esté operativa. 
Y a pesar de eso, tan evidente, solemos ir al pasado de la mano de ellas o nos obstinamos en remarcarlas para solucionar los problemas que nos acechan. para cambiar nuestra vida o nuestra visión del mundo. 
Sin darnos cuenta de que la historia que nos contamos está por vivir y en ese punto podemos decidir si esa narración que nos hemos contado nos sigue sirviendo o si, por el contrario, decidimos que es hora de contarnos otra, otras. O, tan solo, ver que hay muchas historias posibles. 
Menuda juerga vivir sabiendo que mi historia no es más que una historia posible entre muchas otras. 
Se imaginan?