Vive un@ con la profunda ignorancia de sí mism@. Se ha hecho una imagen, muy imaginada, de quién es el/ella, de cómo es su voz, su aspecto físico. De cómo lo ven los demás, de cómo se expresa y cómo es percibid@. De a qué puede aspirar social, personal, laboralmente y a qué no. Cuánto sabe, cuánto parece que sabe y, en definitiva quién es él/ella. 
De repente, un buen día, se ve, se escucha, por ejemplo en una entrevista, cómo es mi caso, y descubre a un tipo que rompe radicalmente con esa imagen, un poco absurda, un poco lastimosa, de sí mism@. Y se queda, cómo me quedé yo, imantado a esa nueva imagen, magnética, que echa por tierra todos sus prejuicios, sus falsas imágenes de sí mismo, sus clichés, sus limitaciones. 
Aquel sujeto que yo veía en la pantalla hablaba con una voz clara y firme. Parecía contento. Transmitía una gran energía. Y daba la impresión de tener seguridad en lo que decía. 
Es decir, según mis patrones mentales no era yo. 
Sin embargo, se llamaba exactamente igual que yo, vestía mi camisa, y se asemejaba 100% al tipo que yo veía por las mañanas en el espejo. 
Arruinadas mis expectativas, imágenes y prejuicios, descansé profundamente alterado y decidí, no sin zozobra, reconciliarme con aquel tipo de la pantalla, por si acaso era yo. 
Que todo puede ser, oiga.