Como vamos en piloto automático no nos damos cuenta del poder y la capacidad que tenemos para tomar las riendas de nuestra vida y, así, liberarnos de muchas de las circunstancias que constituyen una pesada carga en nuestro día a día. 
Me refiero al odio, la rabia, el resentimiento, el rencor…
Y con esto no quiero decir que los reprimamos, los ignoremos o los expulsemos a golpes de nosotr@s o de nuestra mirada del mundo. No. Estoy hablando del poder intrínseco que habita en tomar la decisión de liberarnos de todo este bagaje haciéndonos conscientes, en primer lugar, de todas estas emociones y actitudes que tenemos contra personas, situaciones, relaciones, enfermedades, lugares, recuerdos…
Y tomando, en segundo lugar, la profunda determinación de vivir liberado de todo este sufrimiento al poder mirar cada uno de estos sentimientos a la cara y poder hacer, después, un gesto irreversible de libertad para situarnos en el lado consciente de la vida, en la gran (y casi siempre costosa) decisión de permitir que ese rencor, odio, resentimiento, rabia…se vayan, al haber realizado un verdadero ejercicio de expansión y de compromiso con la vida. 
Estoy hablando de atrevernos a soltar conscientemente todo este peso porque decido que lo que sucedió no fue exactamente como yo creo que sucedió y, porque, en cualquier caso, fue fruto de la ignorancia mía y del otr@ y porque, en definitiva, opto por vivir liberado del vínculo asfixiante que me une en el recuerdo del sufrimiento y en el sufrimiento del recuerdo con esa persona, esa situación, ese lugar…
Y, ahí, en ese instante, aparece la auténtica decisión: decido yo o me dejo llevar por esa inercia que me mata en vida, sigo sintiéndome víctima o me arriesgo a vivir libre.