En principio podemos acercarnos al perdón (hablo de un proceso de diálogo interno, de una mirada profunda y honesta) desde dos perspectivas : una que dice, te pido perdón y otra que dice, estás perdonad@ por mí. Hoy querría prestar atención a la segunda. Y ahí creo que lo más inmediato y más difícil, probablemente, es perdonarme a mí mism@. Sin embargo, es el principio de todo sin el cual muy probablemente no puedo perdonar-ver a l@s demás. Y así puedo entrar en un bucle de escrutar y culpabilizar a tod@s l@s que me hicieron, me hacen y me harán daño. Con esto se genera un vínculo con el/la otr@ basado en la afrenta sufrida, la rabia que queda, el recuerdo que me golpea y la propia interpretación que hago de lo que creo que sucedió. En la que, por cierto, yo siempre soy la víctima, el justo. O simplemente no estoy. Ah!! pero cuando descubres el valor del perdón descubres también toda la liberación y el alivio infinito que supone (lo cual no significa que no te hayan hecho daño o que lo justifiques). Así puedes soltar el reproche, el rencor, el resentimiento, las ansias de venganza, el pesado pasado, el recuento minucioso de las humillaciones, la insistencia en los recuerdos dolorosos, el afán por sentir vivo el dolor, la introspección del detalle del daño que me hizo. De repente puedo soltarlo, soltarlo, soltarlo. Y también soltar al otr@, soltarme a mí. Desencadenarme. Dejarl@ ir. Dejarme ir. Por fin libre.