Dicen que la felicidad es un estado mental, una actitud en la vida. Y, por tanto, es dinámica, se mueve arriba y abajo, adelante y atrás. Y, por tanto, alguna responsabilidad tengo yo en ello. Sin embargo, me doy cuenta de que yo no quiero esa responsabilidad. Yo quiero que me den la felicidad: quiero una pareja que me dé felicidad, quiero un@s hij@s que me den felicidad, quiero un trabajo que me dé felicidad, quiero una casa que me dé felicidad, un@s amig@s que me den felicidad, un dinero que me dé felicidad… Y si no me la dan, me hundo en el desamparo y el desconsuelo. Y lucho obstinadamente por que me den la felicidad. Y me pierdo intentando que me den la felicidad. Y es que tienen la llave de mi felicidad. O eso creo yo. Me siento frente al mar de mis lamentaciones e irremediablemente lloro por lo que de ninguna manera puede seguir siendo así. La decisión de tomar las riendas de mi felicidad, de mi vida, sobrevuela mis pensamientos. Quizás el poder de mi vida, de mi felicidad está en mí. En mi actitud. En mi manera de entender la vida, en mi manera de afrontar sus retos. Me quedo en silencio. Eso implica dejar de culpar a otr@s. A las circunstancias. A la vida. Me siento desnudo, abrumado y poderoso. Nunca lo había visto tan claro. Tiemblo, no sé si dé felicidad.