Para entender al otr@, para acompañarlo, para empatizar con él, necesito saber de mí.
Preguntarme qué deseo profundamente, qué intención me acompaña al acompañarlo, qué siento y desde dónde, cómo me encuentro en esa situación.
Con esta conciencia de mí puedo ver más allá de la superficie del otr@, permitirle que siga siendo él en su camino y yo caminando junto a él.
Abrazarme con él y sentirlo profundamente sin ninguna intención de cambiar nada de lo que le ocurre. Nada de lo que es. Solo unirme a él.
Así, en cualquier caso y siempre, todo movimiento empieza en mí, nace de dentro de mí.
Toda conexión con cualquier ser, con el universo, con la energía viva, proviene de lo más profundo de mí.
No se puede compartir con el otr@, de verdad, sin esa conexión vital con lo más hondo de mi ser.
Ser un@ con l@s otr@s, con el mundo, con el universo, empieza y continúa, siempre y de cualquier modo, en mí. En ese saber de mí. En ese escuchar mis infinitos yos que juegan y se multiplican en constante evolución, creando un juego complejo abocado, sin lugar a dudas, a la alegría de saberse viv@.