
Las preguntas que me hago en el camino van cambiando. No solo como individuo sino también como especie, lo cual, de una manera u otra, va indisolublemente unido.
La especie humana lleva años y años planteándose una cuestión básica, inevitable: cómo nos organizamos para sobrevivir?
A esta pregunta le hemos ido dando respuestas que han configurado nuestro sistema de vida y, la economía junto con la física, son sus máximos exponentes.
Hasta que la pregunta fue derivando hacia, cómo nos organizamos para VIVIR? Lo que, a su vez, nos llevó a indagar sobre qué era eso de vivir:
Para qué vivo? Qué hago yo en la vida? Qué sentido tiene para mí la vida?, en su totalidad, como concepto, pero también en el día a día.
Qué hago más allá de salir a ganar dinero, a continuar sobreviviendo, a mantener las estructuras familiares, sociales…? Cómo encaro los retos que la vida me propone?
Y la pregunta del millón, quién soy?
Y todo este aluvión de preguntas nos/me lleva a detenernos a mirar y a mirarnos, a descubrirnos en este instante.
A ver nuestros miedos, nuestra profunda inaceptación de lo que es (o creemos que es) la vida.
A sabernos enfadados porque las cosas no van como quisiéramos (excepto de vez en cuando).
A intuir que podemos tomarnos este instante como una oportunidad de aprender, de descubrirnos como humanos o a tomárnoslo como una maldición.
Y según nuestra elección podemos darle un sentido, nuestro sentido a la vida, u otro.
Es decir, la vida, este caminar por la tierra que llamamos vida, se va llenando y vaciando de preguntas y respuestas en el camino, en nuestra experiencia. Y las respuestas acuden cuando les prestamos atención, o sea, conciencia. Respuestas siempre provisionales, siempre revisables.
Siempre, y en cualquier caso, que decidamos estar despiert@s