
La cuarta ley, relacionada con el moksha o liberación espiritual, dice algo muy, muy simple, aunque bastante complicado de cumplir en toda su extensión y profundidad: “Cuando algo termina, se termina”.
Es tan básica esta afirmación que sí se lo digo a alguien me mira con cara de estupefacción, como si no hubiera nada más que añadir o comentar al respecto.
Pero cuando un@ lo vive en su propia experiencia, la cosa cambia. Ni siquiera cuando está claro y dicho que una relación, por ejemplo, está acabada, están todos los vínculos cortados.
Queda un periodo por delante, bastante interesante, en que los rescoldos de esa relación aún queman y en que los recuerdos compartidos, las vivencias, los pequeños y múltiples lazos de unión, se han de ir cortando uno a uno en nuestro interior. Y colocándolos en un lugar donde puedan reposar de manera amable y no dañina.
Pero no solo es en las relaciones personales. También se quedan energías y vivencias en el aire cuando se acaba un proyecto, un trabajo, cualquier nivel de estudios…y así hasta el infinito. Aunque, muchas veces, no somos conscientes de esto. O no le ponemos toda la atención que se merece. O,sencillamente, no lo queremos vivir. Y, a pesar de lo famosa que es la frase “hay que vivir el duelo”, nos cuesta dejar ir.
Y es normal. Hay tanta fuerza de tracción en todo “eso” que queda por medio; tanto vértigo en mirar lo que se nos viene por delante; tanta inercia que de repente se termina (o lo parece)…
Sin embargo, qué hermoso puede ser permitirnos que esto suceda a su ritmo, conscientes de su importancia, sabedores de nuestra ignorancia profunda y del desequilibrio entre querer que algo se acabe y que se acabe de verdad.
Podemos experimentar cada día que la vida es puro cambiar y nosotr@s, ahí, no tenemos otra que aprender a vivir en ello, con ello… inmersos -y conscientes- en todas las resistencias que podamos ofrecer.