Es muy poco probable que en nuestras preocupaciones, pensamientos, prioridades sobre qué hago en la vida, con qué me gano el pan, de qué manera paso por este mundo en este tiempo limitado que se nos ha concedido,repito, es muy poco probable que contemplemos la oportunidad, el impulso, la necesidad de servir al mundo, a la vida, a los demás. Y plantearnos cómo y qué hacer para que este lugar donde habitamos y nos intercomunicamos sea más y más hermoso, libre, consciente y todo lo que esa palabra implica: paz, plenitud, satisfacción, alegría, respeto por lugares, personas, animales…desde nuestra humanidad, con nuestras sombras, en un abrazo completo. Creo que la primera vez que tuve conciencia de esto fue en una conversación con mi padre en la que me hablaba de su inmensa satisfacción por aportar su granito de arena, con su actividad, para construir un mundo mejor. Era uno de los principales motores en su vida. Me quedé impresionado. Yo era muy joven y vi una perspectiva que no había contemplado nunca. Yo pensaba en el cambio a través de la política, la protesta, el grito, la revolución… Él me hablaba desde el devenir cotidiano, desde el quehacer de su actividad, desde la relación diaria con otros human@s/herman@s, desde el respeto, la empatía y la mirada hacia el otr@. De él aprendí también a entrar en un banco y saludar a tod@s, preguntar por su familia, hacerles saber que su existencia era importante. Los tiempos han cambiado (y cuánto) y, por eso, a esto añadiría ahora la importancia y el cuidado por la tierra en la que convivimos. La conciencia de que no sólo l@s human@s habitamos aquí. Con todo, persiste en mí -fuertemente- esa decisión completa, consciente y decidida de que en lo que hago -también para ganarme la vida- sí o sí quiero tener en cuenta-como algo prioritario- en qué contribuyo para que “esto” sea un hogar feliz. Así la maravilla empieza en mi, porque parafraseando a Jeff Foster quiero ser “la belleza que quiero ver en este mundo”. Que así sea.