
También tenemos la posibilidad de decidir sobre nuestra mirada hacia el mundo. El mundo no es la vida. El mundo es la relación con los demás, es la sociedad en la que vivimos (y de la que cada un@ de nosotr@s forma parte, es decir, nosotr@s somos eso que llamamos sociedad o gente), es la tierra en la que habitamos, las estructuras, la cultura, los códigos en los que nos inscribimos, es el momento presente en el que realizo cualquier actividad, es la organización que, de una manera u otra, nos hemos dado, son las guerras que nos consumen y las efemérides felices, es la ducha de agua caliente y el incremento del precio de la vivienda, soy yo aquí, en el día a día.
Y, claro que puedo elegir mi mirada hacia el mundo.
Para empezar puedo considerarme miembro de él o no, hacerme responsable de lo que ocurre o echarle la culpa al sistema, a los poderosos, al estado…
Puedo decidir que mi actuación es importante o no tiene ninguna trascendencia. Puedo creer que el mundo evoluciona, es más amable cada día, o puedo creer que todo es horrible y va, evidentemente, a peor.
Puedo pensar que hay que desconfiar de todo y de todos o sentir que el/la otr@ es mi herman@ y que, al final, tod@s estamos en el mismo barco.
Puedo intentar ponerme en la piel del otr@, respetarlo, intentar convivir en paz y ser lo más amable y colaborativo que pueda o todo lo contrario.
Tú, yo, elegimos y, así, vamos configurando este mundo que, aunque no lo percibamos de ese modo, también es un ser vivo que se va auto-regulando y depende de tod@s y cada uno de nosotr@s cómo lo organizamos y cómo permitimos que se organice, nos acoja y nos posibilite vivir en sintonía con él o darle la espalda. En nosotr@s está la respuesta.