Si la primera decisión que he revisado es la de mi relación con la vida, la segunda va a ser la de la relación conmigo mismo, “yo”. 
En general, y a bote pronto, tengo una “mala”relación conmigo. Es decir, me cuido y me alimento bien, pero estoy,casi constantemente, acusándome de errores que he cometido en el día a día (por qué has puesto eso ahí? Tenías que haber hecho aquello primero!!! Por qué no te has levantado antes?…), errores en el pasado -muchos, muy graves-, culpas insufribles, cosas que hice que nunca debí hacer…
Y eso genera un malestar sutil, constante, martilleante,, desacreditador, irreal. Porque me veo como no soy, como no somos: llenos de culpas y torpezas. Ahí no hay sitio para entender nuestra manera de aprender, nuestra manera de ser humanos que experimentan, que descubren, que se hacen conscientes. 
Esa voz dentro de mí que valora y juzga (desde un lugar que no conozco ni reconozco, que se supone “perfecta” y que lo sabe todo, con una escala moral que no he revisado nunca y solo con la perspectiva de “hacerlo bien” para, a toro pasado, no tener problemas o ser totalmente eficiente o triunfar o quedar por encima…) actúa así en un intento desesperado de forzarme a vivir de una manera sintonizada y determinada por la sociedad en la que vivo, en un mundo sin errores, sin aprendizaje. 
Mientras tanto, camino por la vida atribulado y abrumado por la culpa que me echo encima y la cantidad de errores que he cometido/cometo para hacer que mi vida sea insoportable, infeliz, un fracaso. 
Sin embargo, cuando observo todo esto desde la conciencia o sus alrededores, me siento liberado por poder poner una distancia que me permite descubrir que nada de esto es verdad. Que soy un “bendecido” y grandioso ser humano en construcción. 
Y una leve sonrisa tierna aflora en mis labios. Y vuelve la calma. En paz, durante un tiempo, conmigo mismo, “yo”.