
La rabia tiene muy mala prensa, sin embargo solo es una emoción como otra cualquiera. Un poquito densa, es cierto, pero una emoción al fin que quiere ser escuchada, abrazada, acogida. Y que despierta en nosotr@s (aunque no lo detectemos habitualmente) nuestra capacidad de sentir.
La rabia se desencadena porque ha sucedido algo que nosotr@s creemos -sabemos?- que no tendría que haber ocurrido. Que no queremos de ninguna manera que haya ocurrido. Y sentimos que es intolerable, injusto, imposible, insoportable, que haya pasado así. Y no queremos, y no queremos, y no aceptamos que haya sido así. Y estamos convencidos de que nada ni nadie lo puede cambiar. Y esto me produce una rabia descomunal, infinita, porque quiero cambiar, borrar lo que ha sucedido con todas mis fuerzas, con toda mi alma. Y no acepto lo que ha pasado. Obsesivamente. Ni siquiera lo reconozco porque no tendría que haber pasado. No tendría que estar pasando.
…Y entonces la rabia se dispara contra algo, contra alguien. Contra la vida que me ha hecho esta jugarreta, contra las circunstancias, contra aquel que me hizo aquello, contra esa que no ha hecho lo que tenia que haber hecho. Obsesivamente.
Contra mí, sobre todo contra mí.
Y aquí la voz de la rabia se alza majestuosa y toda su furia cae sobre mí: frustrado, fracasado, inútil, incompetente…Se me tensan los músculos, la mandíbula. Me veo una piltrafa. Quisiera romper y arrasar con todo. No lo acepto, no lo acepto. No puede ser.
Me confundo con esa rabia. Me identifico con ella. Me dejó llevar. Me pierdo.
Ahhhh!! Atención!!!! La rabia me habla, luego la rabia no soy yo. Ahora puedo verla con un poco de distancia, en su bucle polvoriento. Y yo descubro que puedo estar un poquito en paz, observándola, abrazándola, incluso sintiéndola. Mientras ella, la rabia, me mira desconcertada.