Siguiendo el artículo anterior en el que hablaba de lo difícil que es descubrirse a un@ mism@ (incluso, a veces, pensamos que es imposible) y lo fácil que es ver a l@s demás, se abren varias posibilidades que, a mí parecer, son muy interesantes. 
En primer lugar, existe la voluntad o la negación de querer verse a sí mism@. Hay, de entrada, una predisposición a huir o enfrentar lo que podamos ver al respecto de cómo actuamos, pensamos, reaccionamos…
En esa situación creo que es de gran valor la convicción y el conocimiento de que mirarse es mucho más sano, liberador y gratificante que ocultar(nos) lo que (nos) está ocurriendo. 
En segundo lugar, hay situaciones en las que lo único que necesitamos es escuchar(nos), mirar(nos). 
Cerrar los ojos -o no- y prestar atención a pensamientos, emociones, contradicciones… que se mueven abiertamente y nos avisan de cómo somos y quiénes somos-estamos en este momento de nuestra vida. 
En tercer lugar, está lo que (nos) ocurre. Nada pasa por casualidad ni es casualidad. Y lo que sucede, ahí, en el “exterior” de nosotr@s mism@s, nos permite ver -con mucha más claridad- porque es un reflejo y una consecuencia de lo que pensamos, “emocionamos”, creemos, vemos, queremos, sentimos…
Así es que, cuando prestamos atención a lo que está ocurriendo (solo prestar atención), hay un gran campo de investigación e información de nosotr@s mism@s a nuestro alcance. 
Todo esto (nos) permite irnos descubriendo, saber más de lo que “realmente” ocurre. 
Encarar con honestidad información acerca de nosotr@s mism@s -es decir, de nuestro ego- que nos hiere o no nos gusta, pero que nos hace intensamente más conscientes y, por lo tanto, nos permite vivir con mucha más calma, sabiduría, bienestar y paz. Sincronizad@s con la vida. Y permitiendo a l@s que nos rodean que también reciban lo mejor de nosotr@s mism@s. En una cadena de alimentación mutua de bienestar profundo.