Hablaba el otro día con mi amigo Diego de la importancia de asumir toda nuestra experiencia de vida para poder encontrar la paz… y dimos en intentar delimitar las diferencias entre aceptar, reconocer y asumir. 
Y él me dijo (más o menos):
La aceptación sería el nivel más inmediato, el de ver-y no negar- que mi experiencia de vida es la que es y no la que yo me invento o querría que fuera. Y con esto empezamos a tomar conciencia y a tener un tanto de paz. 
El reconocimiento sería un nivel mas profundo en el que, además de ver y no negar nuestra experiencia de vida, empezaríamos a valorarla y a admitir que tiene elementos, situaciones, sucesos que se nos escapan en su conjunto pero que nos han constituido como somos y lo que somos. 
Por último, la asunción de TODA nuestra experiencia de vida implicaría que la tomamos íntegramente, sin eliminar ni cambiar nada, tal como es, entendiendo que es fruto de una armonía universal y que, por lo tanto es lo que tenia que ser tal como es; de modo que me lanzo a amarla por completo cómo ha sido, es y será.
Así, dejo de querer o de necesitar o de tener que luchar contra mí mismo y/o lo que he hecho o me ha sucedido: todo está en orden (aunque yo no lo entienda, aunque yo no lo sepa, aunque yo no lo vea), todo tiene su armonía y puedo sumergirme en ella. La vida, mi vida, es y no podría ser de otro modo. 
Sin embargo, yo -humano- me doy cuenta -con frecuencia- de que ni tan siquiera acepto mi vida…así es que de asumir ni hablamos. ¿O si?