Hace rato que la noche ha caído. Me recuesto en la cama y reviso el día exhausto. Me interno en las rutas del agradecimiento y descubro que el agradecimiento es el reconocimiento profundo de la maravilla que se encierra en este instante. 
Perdido en el refugio de la esperanza de un futuro que me cuadre y me parezca dichoso me olvido, con frecuencia, de este momento-vida al que el agradecimiento me retorna, lúcido. 
Esa esperanza futura se troca, así, en agradecimiento al presente, a ese detalle vivido hoy, casi imperceptible desde otra óptica que no sea la del agradecimiento. 
Y esto me permite ser consciente de su grandeza, de su inmensidad, de su plenitud y, por lo tanto, poderlo disfrutar intensamente, con total entrega, deslumbrado y asombrado por su poder. Y así, casi sin darme cuenta, aquella actitud reticente y hostil frente a la vida va transformándose, poco a poco, en una actitud de entrega y descubrimiento. Una acción de gracias ininterrumpida. Difícil de vivir en algunas circunstancias, gozosa en otras. Con la pretensión de ser siempre consciente.