Es el amor quien lo hace, no tú”. 
Esta expresión del libro “Aurum” me dejó, literalmente, con la boca abierta. Porque yo he vivido, vivo, esa situación, esa realidad. 
Me decía el otro día una amiga que por qué no hago las sesiones más cortas y yo le contestaba que necesito no tener límites de tiempo porque me entusiasmo y pierdo la noción de ese tiempo muchas veces. Se colapsa, por así decirlo. 
Sin embargo, lo más interesante es que, en medio de bastantes sesiones, soy consciente de que yo -mi yo personal- no tengo solución, ni siquiera salidas, ante lo que me están contando. 
Es más, me abruman algunas situaciones que, además, me recuerdan a otras mías. Así es que, me abandono, me rindo ante la situación y permito que sea el amor el que actúe. 
Y, extraordinariamente, al cabo de un rato, cuando el ritmo de la sesión lo necesita y cuando, generalmente, me he olvidado de que no tenía ni idea de por donde tirar, empiezan a emerger palabras, un discurso, algún punto de vista que al primero que sorprenden es a mi que me maravillo ante aquello que, de verdad, no sé de dónde sale. Y, así, el milagro se produce una y otra vez, una y otra vez…
Y vuelvo, bastante más humilde, al lugar de origen.